A Casteo lo querían matar por ser demasiado agresivo, tanto con otros gallos y gallinas, como con humanos, probablemente porque en el pasado lo querían usar como «gallo de pelea». Al principio no dejaba que nadie se le acercara ni lo tocara, incluso llegó a escapar de su recinto de adaptación y se quedó por fuera del recinto de Euclide, otro de los gallos, desafiándolo para pelear.
Con mucha paciencia y cariño, logramos transmitirle que se encontraba en un lugar seguro donde nunca le iba a pasar nada malo. Y en ese momento empezó su cambio.
Ahora es puro amor, es la figura de protección del santuario, vela por la seguridad y bienestar de todas las gallinas, si alguna se encuentra mal, él nos avisa. Es noble, cariñoso y bueno. Nada queda en él de todo ese miedo y agresividad.